CARTAS DESDE LA TIERRA – CARTA V

CARTA V

Noé comenzó a seleccionar animales. Debía haber una pareja de cada especie de criatura que caminara o se arrastrara, nadara o volara, en el mundo de la naturaleza viviente. Sólo podemos deducir el tiempo empleado y su cos to, pues no hay registro sobre estos detalles. Cuando Símaco hizo los preparativos para iniciar a su joven hijo en la vida adulta de la Roma imperial envió hombres a Asia, África y a todos lados a cazar animales para las luchas en el circo. Tres años emplearon esos hombres en reunir los animales y llevarlos a Roma. Sólo cuadrúpedos y yacarés, ya se sabe –nada de aves, serpientes, ranas, gusanos, piojos, ratas, pulgas, garrapatas, arañas, moscas, mosquitos–, nada más que los simples cuadrúpedos y los yacarés comunes; y ningún cuadrúpedo excepto los que luchaban. Y, sin embargo, fue como les dije: llevó tres años reunirlos, y el costo de los animales y el transporte y la paga de los hombres sumó cuatro millones y medio de dólares.

¿Cuántos animales? No lo sabemos. Pero fueron menos de cinco mil, pues ése fue el mayor número que se alcanzó para los espectáculos romanos, y fue Tito, no Símaco, quien lo logró, comparados con lo que se comprometió a hacer Noé. En cuanto a aves y bestias y seres de agua dulce tenía que reunir ciento cuarenta y seis mil clases; y de insectos más de dos millones de especies.

Difícil es atrapar a miles y miles de estos bichos, y si Noé no se hubiera dado por vencido y renunciado todavía estaría en la tarea, como solía decir Levítico. Pero no quiero decir que abandonó. Juntó tantos seres como podía alojar y luego se detuvo.

Si hubiera conocido la realidad desde el principio hubiese sabido que lo que se necesitaba era una flota de arcas. Pero él ignoraba cuantas clases de animales existían, al igual que su Jefe. Así que no incluyó a ningún canguro, zarigüeya, monstruo de Gila, ni ornitorrinco, y le faltaron multitud de criaturas indispensables que el amante Creador había dispuesto para el hombre y a las que había olvidado, al internarse ellas en una parte de este mundo que Él nunca había visto y de cuyas actividades no estaba enterado. Y así todas estas especies se libraron por poco de perecer ahogadas.

Escaparon sólo por accidente. No hubo agua suficiente como para cubrirlo todo. Sólo alcanzó para inundar un pequeño rincón del globo. El resto del territorio se desconocía en ese entonces, y se suponía inexistente.

Sin embargo, lo que real y finalmente decidió a Noé a quedarse con las especies suficientes desde el punto de vista estrictamente práctico y dejar que las demás se extinguieran, fue un incidente ocurrido en los últimos días. Arribó un excitado forastero con ciertas noticias alarmantes.

Contó qua había acampado entre valles y montañas como a seis mil millas de distancia, donde había visto algo maravilloso. Cuando, de pie, junto a un precipicio, contemplaba un ancho valle, vio avanzar un mar negro y agitado de extraña vida animal. Simios grandes como elefantes, ranas semejantes a vacas; un megaterio y su harén increíblemente numeroso; saurios y saurios y saurios, grupo tras grupo, familia tras familia, especie tras especie; de treinta metros de largo, nueve de alto, y doblemente belicosos; uno de ellos azotó con la cola a un desprevenido toro Durham y lo hizo volar casi cien metros por el aire hasta caer a los pies del hombre, pereciendo con un suspiro. El forastero afirmó que estos animales prodigiosos habían oído hablar del Arca y venían en camino. Venían a salvarse del diluvio.

Y no venían en pares, venían todos: no sabían que los pasajeros estaban limitados a una pareja, dijo el hombre, y de todos modos no les importaban los reglamentos; estaban decididos a embarcar o exigirían muy buenas razones para no hacerlo. El hombre afirmó que el Arca no podría contener ni a la mitad de ellos. Además estaban hambrientos, y se comerían lo que hubiera, incluyendo la colección de animales y a la familia.

Estos hechos se omitieron en el relato bíblico. No se encuentra ni el menor indicio de ellos. Se silenció todo el asunto. No se menciona siquiera a estos grandes seres. Esto les demuestra a ustedes que cuando se deja un vacío culpable en algún contrato el asunto puede disimularse, tanto en las biblias como en cualquier otra parte. Esos poderosos animales serían ahora de inestimable valor para los hombres, ya que el transporte es tan caro y difícil; pero los perdieron. Por culpa de Noé, todos se ahogaron. Algunos de ellos, hace ya ocho millones de años.

Ahora bien, el forastero narró su historia y Noé consideró que debía partir antes de la llegada de los monstruos. Lo hubiera hecho de inmediato, pero los tapiceros y decoradores del salón de las moscas todavía tenían que dar los últimos toques; y eso le hizo perder un día. Otro día se tardó en embarcar a las moscas, pues había sesenta y ocho billones y la Deidad temía aún que no fueran suficientes. Otro día se perdió acumulando cuarenta toneladas de basuras seleccionadas para el sustento de las moscas.

Por fin partió Noé; y justo a tiempo, porque al alcanzar el Arca la línea del horizonte llegaron los monstruos, uniendo sus lamentaciones a la de la multitud de padres y madres que lloraban y asustaban a los pequeños que se aferraban a las rocas barridas por las olas bajo la lluvia torrencial. Elevaban sus plegarias al Ser Inmensamente Justo e Inmensamente Misericordioso que nunca había respondido a una plegaria desde que esos peñascos se formaran por la acumulación de un grano de arena tras otro, y que seguiría sin responder a una sola de ellas cuando los siglos los hubieran convertido en arenas otra vez.

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