CARTAS DESDE LA TIERRA – INTRODUCCIÓN (2ª parte)

(Intervalo de tres siglos, tiempo celestial, el equivalente de cien millones de años, tiempo terrenal. Entra un Ángel Mensajero.)

 

–Caballeros, está haciendo los animales. ¿Les agradaría presenciarlo?

Fueron, vieron y se quedaron perplejos, profundamente perplejos, y el Creador lo notó, y dijo:

–Preguntad, responderé.

–Divino –dijo Satanás haciendo una reverencia– ¿para qué sirven?

–Constituyen un experimento en cuanto a Moral y Conducta. Observadlos y aprended.

Había miles de ellos. Estaban en plena actividad. Atareados, todos ellos –principalmente– en perseguirse unos a otros. Satanás hizo notar –después de haber examinado a uno con un poderoso microscopio:

–Esa bestia grande está matando a los animales más débiles, Divino.

–El tigre, sí. La ley de su naturaleza es la ferocidad. La ley de su naturaleza es la Ley de Dios. No puede desobedecerla.

–¿Entonces al obedecerla no comete falta alguna, Divino?

–No, no tiene culpa.

–Esa otra criatura, esa que está allí, es tímida, Divino, y sufre la muerte sin resistirse.

–El conejo, sí. Carece de valor. Es la ley de su naturaleza, la Ley de Dios. Debe obedecerla.

–¿Entonces no se le puede exigir que contradiga su naturaleza y se resista, Divino?

–No. A ningún animal se le puede obligar, honestamente, a contradecir la ley de su naturaleza, la Ley de Dios.

Transcurrido un largo tiempo y formuladas muchas preguntas, dijo Satanás:

–La araña mata a la mosca, y la come; el pájaro mata a la araña, y la come; el gato montés mata al ganso; todos se matan unos a otros. Son asesinatos en serie. Hay aquí multitudes incontables de criaturas y todos matan y matan, todos son asesinos. ¿No son culpables, Divino?

–No son culpables. Es la ley de su naturaleza. Y siempre la ley de la naturaleza es la Ley de Dios. Ahora, ¡observad, contemplad! Un nuevo ser, la obra maestra: ¡el Hombre!

Hombres, mujeres, niños surgieron en tropel, en bandadas en millones.

–¿Qué haréis con ellos, Divino?

–Poner en cada individuo, en distintos grados y tonos, las diversas Cualidades Morales, en su conjunto, aquellas que se han estado distribuyendo una por vez, como única característica distintiva en el mundo animal carente del don de la palabra –valor, cobardía, ferocidad, gentileza, equidad, justicia, astucia, traición, magnanimidad, crueldad, malicia, violencia, lujuria, piedad, compasión, pureza, egoísmo, dulzura, honor, amor, odio, bajeza, nobleza, lealtad, falsedad, veracidad, engaño. Cada ser humano tendrá todo esto en sí, y eso constituirá su naturaleza. En algunos habrá características nobles y elevadas que sofocarán a las mezquinas, y esos se llamarán hombres buenos; en otros dominarán las características dañinas, y esos se llamarán hombres malos. Observad, contemplad, ¡desaparecen!

–¿Dónde han ido, Divino?

–A la Tierra, ellos y los demás animales.

–¿Qué es la Tierra?

–Un pequeño globo que hice una vez, hace dos tiempos y medio. Ustedes lo presenciaron, pero no lo distinguieron en la explosión de mundos y soles que surgieron de mi mano. El hombre es un experimento, los otros animales son otro experimento. El tiempo demostrará si el esfuerzo valía la pena. La exhibición ha terminado; pueden retirarse, caballeros.

Pasaron varios días. Esto representa un largo período de nuestro tiempo, ya que en el cielo un día equivale a mil años. Satanás había hecho comentarios admirativos sobre algunas de las refulgentes industrias del Creador –comentarios que, leyendo entre líneas, resultaban sarcasmos–. Se los había hecho confidencialmente a los amigos de quienes estaba seguro, los otros arcángeles, pero algunos ángeles lo oyeron e informaron al Cuartel General.

Se le condenó al destierro por un día: un día celestial. Era un castigo al que estaba acostumbrado, gracias a su lengua demasiado suelta. Anteriormente lo habían deportado al Espacio, por no haber otro lugar donde mandarlo, y allí había revoloteado, aburriéndose, en la noche eterna y el frío del Ártico; pero ahora se le ocurrió ir más allá y buscar la Tierra para ver cómo estaba resultando el experimento de la Raza Humana.

Después de un tiempo escribió –muy privadamente– sobre este tema a San Miguel y a San Gabriel.

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