Una de las principales causas del machismo en el mundo son las religiones.

Una de las principales causas del machismo en el mundo son las religiones.

Opinión 20 de abril de 2019Por Rodolfo Leiva
Machismo ancestral y religión van unidos, juntos hasta el morir, son absolutamente inseparables, forman las dos caras de una misma moneda, y la inmensa mayoría de prácticas y fenómenos aberrantes que sufren las mujeres en el mundo, no podrían explicarse sin un trasfondo religioso.

Esposas, sométanse a sus esposos como al Señor. Porque el esposo es cabeza de su esposa’ (Efesios 5:22-23)”.

En el sagrado nombre de las religiones se sigue defendiendo la discriminación de la mujer, su recorte de derechos, su dependencia en todos los sentidos del hombre, y la perseverancia de una serie de prácticas ancestrales, tales como los arreglos matrimoniales llevados a cabo en el seno de las familias, la ablación del clítoris, o el castigo por lapidación para las mujeres adúlteras, entre otras muchas.

Machismo ancestral y religión van unidos, juntos hasta el morir, son absolutamente inseparables, forman las dos caras de una misma moneda, y la inmensa mayoría de prácticas y fenómenos aberrantes que sufren las mujeres en el mundo, no podrían explicarse sin un trasfondo religioso.

Las religiones, como aliadas del pensamiento dominante (tenga éste el disfraz o el aspecto que tenga), siempre han sido cómplices de todas las perversas prácticas que éste ha desplegado, y a su vez, el pensamiento dominante siempre ha disfrutado de las diferentes iglesias como fieles aliadas en la difusión de dicho pensamiento. Y de esta forma, y para el caso que nos ocupa, desde la antigüedad religiosa, el papel de las mujeres ha sido defenestrado, infravalorado e insultado.

Confucio, el gran pensador chino, que estableció gran parte de los moldes de las sociedades de su época, dejó dicho que «La mujer es lo más corruptor y lo más corruptible que hay en el mundo», y el fundador del budismo, Siddhartha Gautama, aproximadamente en la misma época, expresó que «La mujer es mala.»

Y es que la cosmovisión religiosa que lo inunda todo, sobre todo en algunas culturas orientales, es la causa que justifica social y políticamente las diferencias de género, la presencia de poderes masculinos, la ausencia de lideresas religiosas (mujeres), etc.

Las religiones siempre han sido y continúan siendo el último faro que justifica todo este conjunto de diferencias ético-jurídico-culturales, que proporcionan todo el marco ideológico donde se bendicen estas prácticas y se socializan todas las diferencias.

En las «Sagradas Escrituras», tanto en el Viejo como en el Nuevo Testamento, también atacan directamente el papel de las mujeres.
Fue Eva, la primera mujer de la creación, la responsable de instigar a Adán para que cometiera el pecado original, a través de la figura de una serpiente (femenina), y en los textos sagrados se encuentran frase como que «El nacimiento de una hija es una pérdida» o «El hombre que agrada a Dios debe escapar de la mujer, pero el pecador en ella habrá de enredarse. Mientras yo, tranquilo, buscaba sin encontrar, encontré a un hombre justo entre mil, más no encontré a una sola mujer justa entre todas».

Ya el Génesis sentencia a las mujeres en los siguientes términos: «Parirás a tus hijos con dolor. Tu deseo será el de tu marido y él tendrá autoridad sobre ti», o en versículos de Timoteo se refleja que «La mujer debe aprender a estar en calma y en plena sumisión. Yo no permito a una mujer enseñar o tener autoridad sobre un hombre; debe estar en silencio».

Aún hoy día, entre la población africana, es común que en nombre de absurdos preceptos religiosos, más de 100 millones de mujeres y niñas son víctimas de la mutilación genital femenina, practicada como una «tradición» por parteras o ancianas experimentadas, al compás de oraciones y cánticos, a partir del concepto, tradicionalmente machista, de que la mujer no debe gozar sexualmente, privilegio que sólo le está consagrado al hombre en sus culturas.

Y por su parte, los musulmanes en su libro sagrado (El Corán) tienen establecido «de serie» el patriarcado, expresado por ejemplo en el verso 38 del capítulo «Las mujeres», que textualmente dice: «Los hombres son superiores a las mujeres, a causa de las cualidades por medio de las cuales Alá ha elevado a éstos por encima de aquéllas, y porque los hombres emplean sus bienes en dotar a las mujeres. Las mujeres virtuosas son obedientes y sumisas: conservan cuidadosamente, durante la ausencia de sus maridos, lo que Alá ha ordenado que se conserve intacto. Reprenderéis a aquéllas cuya desobediencia temáis; las relegaréis en lechos aparte, las azotaréis; pero, tan pronto como ellas os obedezcan, no les busquéis camorra»

Uno de los más eminentes filósofos de la teología cristiana, como San Agustín, dejó dicho hace más de mil quinientos años: «Vosotras, las mujeres, sois la puerta del Diablo: sois las transgresoras del árbol prohibido: sois las primeras transgresoras de la ley divina: vosotras sois las que persuadisteis al hombre de que el diablo no era lo bastante valiente para atacarle. Vosotras destruisteis fácilmente la imagen que de Dios tenía el hombre. Incluso, por causa de vuestra deserción, habría de morir el hijo de Dios».

La figura de la Santa Inquisición, durante toda la Edad Media, condenó a «las brujas» (en femenino) por todas las supuestas aberraciones que practicaban, y gracias a todo este pensamiento, fueron quemadas en la hoguera miles de mujeres, por su supuesta brujería. La idea religiosa seguía siendo la base moral para estas prácticas, instauras por la «Reina Católica», aquélla que se propuso que en todos sus reinos se impusiera la «fe verdadera». Y así, la idea de «pecado decadente» ligado a las mujeres, no sólo en el catolicismo, sigue estando presente en diversas cosmovisiones religiosas, todas de carácter heteropatriarcal.

Como vemos, mayoritariamente las religiones promulgan ideologías que presentan a la mujer como un peligroso objeto para el hombre, y una causa para su perversión. Insta al hombre a cuidarse de los perjuicios que la mujer le pueda traer, y a relegar para ella un papel secundario. La mujer es concebida como incitación al pecado, a la decadencia. Su sola presencia ya es sinónimo de malignidad.

Con todos estos antecedentes, no es de extrañar que el fenómeno machista, de hondas raíces de toda índole, continúe presente en nuestras sociedades. Tantos siglos de influencia de un pensamiento abyecto hacia la mujer no pueden ser borrados con una Ley, ni con mil leyes. Necesitaremos grandes dosis de educación, desde la base, y de erradicación del pensamiento dominante (sobre todo de carácter religioso) para poder eliminar esta lacra.

Si se quiere eliminar el machismo en el mundo, resulta de todo punto un imperativo ético de nuestras sociedades plantear la ruptura con todos estos valores patriarcales y misóginos que la religiones amparan.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *