CARTAS DESDE LA TIERRA – CARTA IX

Carta IX

El Arca continuó su viaje, a la deriva, errante, sin brújula y sin control, juguete de los vientos caprichosos y de las corrientes arremolinadas. ¡Y la lluvia, persistente! Seguía cayendo a cántaros, calando, inundando. Nunca se había visto lluvia igual. Se había oído hablar de cuarenta centímetros por día, cifra insignificante en comparación. Ahora eran trescientos veinte centímetros por día, ¡tres metros! Esta cantidad increíble llovió durante cuarenta días y cuarenta noches, sumergiendo los cerros de ciento veinte metros de alto. Luego los cielos y hasta los ángeles se secaron. No cayó una gota más.

Como Diluvio Universal, éste fue una desilusión, pero había montones de Diluvios Universales antes, como lo atestiguan todas las biblias de todas las naciones, y este fue uno de ellos. Por fin, el Arca encalló en la cima del monte Ararat, a cinco mil cien metros sobre la altura del valle, y su carga viviente desembarcó y descendió la montaña. Noé plantó un viñedo, bebió su vino y cayó vencido.

Esta persona había sido elegida entre todas porque fue considerada la mejor. Iba a reiniciar la raza sobre una nueva base. Esta fue la nueva base. No prometía nada bueno. Llevar adelante el experimento era correr un riesgo grande e irrazonable. Se presentó el momento de hacer con esta gente lo que tan juiciosamente se había hecho con los demás, ahogarlos. Cualquiera que no fuera el Creador se habría dado cuenta. Pero Él no. Es decir, quizá no lo apreció así.

Se dice que desde el principio del tiempo previó todo lo que sucedería en el mundo. Si eso es cierto, previó que Adán y Eva comerían la manzana; que su descendencia sería insoportable y tendría que ser ahogada; que la descendencia de Noé, a su vez, sería insoportable, y que, con el tiempo, Él tendría que dejar Su trono celestial y bajar a ser crucificado para salvar a esta misma fastidiosa raza humana una vez más. ¿A toda ella? ¡No! ¿A una parte de ella? Sí. ¿Qué parte? En cada generación, por cientos y cientos de generaciones, un billón moriría y todos estarían condenados excepto, quizá, diez mil del billón. Los diez mil tendrían que proceder del reducido número de cristianos, y sólo uno de cien de ese pequeño grupo tendría una oportunidad de salvación. Salvo aquellos católicos romanos que tuvieran la suerte de mantener un sacerdote a mano para que les limpiara el alma al exhalar el último suspiro, y tal vez, algún presbiteriano. Ninguno más. ¿Están ustedes dispuestos a aceptar que previó esto? El púlpito lo acepta. Equivale a acordar que en materia de intelecto la Deidad es el Pobre Máximo del Universo y que, en cuestión de moral y carácter llega tan bajo que está al nivel de David.

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