CARTA IV
Así la Primera Pareja fue expulsada del Edén bajo una maldición, una maldición eterna. Habían perdido todos los placeres que poseyeran antes de “La caída” y, sin embargo, eran ricos, porque habían ganado uno que valía por todo el resto: conocían el Arte Supremo.
Lo practicaban con diligencia y se sentían plenos de satisfacción. La Deidad les ordenó practicarlo. Ellos obedecieron esta vez. Pero fue afortunado que no se los prohibiera, pues lo hubiesen practicado de todas maneras, aunque lo hubieran prohibido mil Deidades.
Vinieron las consecuencias. Con el nombre de Caín y Abel. Y éstos tuvieron hermanas; y supieron qué hacer con ellas. Y por lo tanto hubo nuevas consecuencias. Caín y Abel engendraron varios sobrinos y sobrinas. Estos, a la vez, engendraron primos segundos. En este punto, la clasificación de los parentescos comenzó a hacerse difícil y se abandonó la idea de mantenerla.
La grata tarea de poblar el mundo continuó de una época a otra, y con la mayor eficiencia; porque en esos días dichosos los sexos todavía eran eficientes en el Arte Supremo, cuando en verdad deberían haber muerto ochocientos años antes. El sexo precioso, el sexo amado, el sexo bello estaba entonces, manifiestamente en su apogeo, pues atraía hasta a los dioses. Dioses verdaderos. Bajaban del cielo y pasaban momentos de goce delicioso con esos cálidos pimpollos jóvenes. La Biblia lo cuenta. Mediante la ayuda de esos visitantes extranjeros la población aumentó hasta completar varios millones. Pero fue una desilusión para la Deidad. Estaba descontento con su moral, que, en ciertos aspectos, no era mejor que la suya propia. En realidad, era una imitación descomedidamente buena de la suya. Decidió que el pueblo era totalmente malo, y como no sabía de qué modo reformarlo, juiciosamente decidió abolirlo. Esta es la única idea realmente superior y evolucionada que le acredita su Biblia, y hubiera establecido su reputación para siempre si se hubiera mantenido firme y la hubiera realizado. Pero siempre fue inestable –excepto en su propaganda– y su buena resolución cedió. Se sentía orgulloso del
hombre. Era su mejor invento, su favorito después de la mosca común, y no podía soportar la idea de perderlo del todo; así que finalmente decidió salvar a unos ejemplares y ahogar al resto.
Nada pudo ser más típico de Él. Había creado a todos esos seres infames y sólo Él era responsable de su conducta. Ni uno de ellos merecía la muerte, pero extinguirlos era una buena política; principalmente porque al crearlos había cometido el crimen maestro, y estaba claro que al permitirles que siguieran procreando agrandaría ese crimen.
Pero al mismo tiempo no podía haber justicia, equidad, ni favoritismo alguno: debían ahogarse todos o ninguno. No, pero Él no quiso eso; tuvo que salvar media docena y poner a prueba la raza una vez más. No podía prever que se corromperían de nuevo, porque Él es Sapientísimo sólo en la propaganda.
Salvó a Noé y a su familia e hizo arreglos para eliminar al resto. Él diseño el Arca, y Noé la construyó. Ninguno de los dos había hecho un arca antes, ni sabía nada de ellas; y así tenía que esperarse que el resultado fuera algo inusual. Noé era un campesino, y aunque sabía qué requisitos debía satisfacer el Arca, era absolutamente incapaz de decir si ésta sería del tamaño suficiente (y no lo era) para cumplir las necesidades, de modo que no se aventuró a dar consejo. La Deidad ignoraba si era lo suficientemente grande, pero corrió el riesgo y no tomó las medidas adecuadas. Al fin de cuentas, la nave resultó demasiado pequeña, y el mundo sigue sufriendo las consecuencias.
Noé construyó el Arca. La construyó lo mejor que pudo, pero olvidó la mayoría de los detalles esenciales. No tenía timón, velas, brújula ni bombas, no tenía carta marina, ni ancla, barquilla ni luz o ventilación, y en cuanto al espacio para la carga –que era lo principal-, cuanto menos se diga al respecto mejor será. Tenía que permanecer once meses en el mar y necesitaba dos veces su volumen de agua potable. No podía utilizar el agua exterior: la mitad sería agua salada, y ni los hombres ni los animales terrestres podían beberla.
Debía salvarse un ejemplar de hombre, y también ejemplares de los demás animales. Ustedes tienen que comprender que cuando Adán comió la manzana del Jardín y aprendió a multiplicarse y repoblar, los otros animales también aprendieron el Arte observando a Adán. Fue muy inteligente de parte de ellos, muy habilidoso; porque sacaron provecho de la manzana cuando valía la pena sacarlo, sin probarla ni castigarse con la adquisición del desastroso Sentido Moral, padre de todas las inmoralidades.